CÓMO EL VOTO NULO Y BLANCO TERMINA CAMBIANDO EL MAPA DEL PODER

Ago 10, 2025

En Bolivia, la protesta silenciosa en las urnas no se pierde: se transforma en una ventaja matemática que amplifica la fuerza política del ganador y redefine la composición parlamentaria.

Por Marco Antonio Santivañez Soria
Periodista
RED DE PERIÓDICOS AMAZÓNICOS

En cada elección general en Bolivia, una parte de la ciudadanía decide no respaldar a ninguna candidatura. Lo hace anulando la papeleta o dejándola en blanco, convencida de que ese gesto expresa su desencanto con el sistema político. Sin embargo, detrás de esa acción hay un efecto poco visible, pero determinante: se alteran los cálculos para distribuir el poder en la Asamblea Legislativa Plurinacional.

La Ley 026 de Régimen Electoral, en sus artículos 165 y 166, establece que para asignar escaños solo cuentan los votos válidos, es decir, aquellos emitidos por partidos o alianzas en competencia. Los sufragios nulos y blancos se registran, pero no participan en la operación matemática que decide cuántos legisladores obtiene cada fuerza.

Esto tiene una consecuencia directa. Al reducirse la base de cálculo, el porcentaje del partido más votado sube automáticamente. No se trata de una percepción política, sino de un resultado aritmético.

Imaginemos un escenario con 1.000.000 de votos emitidos. Si 200.000 son nulos o blancos, el conteo real se hace sobre los 800.000 votos válidos. Si el candidato ganador consiguió 450.000, su porcentaje sube del 45% al 56,25%, sin sumar un solo voto adicional.

Este incremento porcentual es clave en la segunda etapa del proceso electoral, cuando se reparten los 130 escaños de diputados y los 36 de senadores. El sistema D’Hondt, utilizado para esa distribución, premia a las fuerzas con mayor porcentaje de votos válidos, por lo que el aumento porcentual del líder se traduce en más curules y una posición parlamentaria más cómoda.

El vocal del Tribunal Supremo Electoral, Tahuichi Quispe, ha explicado este fenómeno con un ejemplo más reducido: si en un grupo de 10 votos, 4 son nulos o blancos, y el “candidato A” obtiene 3 de los 6 votos válidos, su porcentaje sube del 30% al 50%. “Al final, los votos nulos ponderan a los votos válidos y terminan favoreciendo a quien encabeza la votación”, señaló en entrevista televisiva.

A pesar de estas cifras, algunos actores políticos han promovido el voto nulo como una herramienta de protesta. Evo Morales y sectores afines han defendido que un alto porcentaje de este tipo de votos podría interpretarse como un “revocatorio” moral. Sin embargo, analistas independientes advierten que la matemática electoral no se mueve por interpretaciones políticas, sino por fórmulas, y que esa estrategia termina fortaleciendo al partido ganador.

El presidente Luis Arce y candidatos de otras fuerzas políticas han coincidido en advertir que el voto nulo “solo beneficia al que ya está primero”. Y no es una frase de campaña: es una descripción del efecto legal y estadístico que ocurre en cada elección.

Los especialistas señalan que este patrón se ha repetido en distintos comicios. Cuanto más crece el porcentaje de votos no válidos, más amplio es el margen del puntero en la asignación de senadores y diputados, reduciendo las posibilidades de representación de sus rivales y limitando el contrapeso en el Parlamento.

Este fenómeno tiene consecuencias profundas en la democracia. Una mayoría legislativa amplia puede aprobar leyes sin necesidad de negociar con otras fuerzas, designar autoridades clave y controlar la agenda parlamentaria. El equilibrio de poderes, esencial para la fiscalización y el debate, se ve reducido.

Para el ciudadano común, el voto nulo o blanco puede parecer un acto de independencia frente a la oferta electoral, una forma de no ser parte de lo que considera un sistema defectuoso. Pero en el diseño actual de la ley, ese acto no se traduce en neutralidad: actúa como un refuerzo indirecto para el ganador.

Esto plantea un dilema. ¿Debe mantenerse esta forma de cálculo o buscar un sistema que contemple los votos no válidos en la fórmula de distribución de escaños? La respuesta implicaría un debate profundo sobre representación, legitimidad y la manera en que la matemática electoral refleja la voluntad ciudadana.

Mientras tanto, el escenario es claro: en las elecciones bolivianas, cada voto nulo o blanco no desaparece, pero su peso se diluye en las estadísticas y su ausencia en la fórmula real puede consolidar mayorías parlamentarias. Quien quiera expresar descontento debe saber que, en este sistema, su protesta puede convertirse en el ladrillo que fortalezca el muro del partido más fuerte.